ME DISFRACÉ DEL MONSTRUO SINDICALISTA DE 3 CABEZAS.

Hablar de los movimientos sindicalistas en México implica evocar imágenes del pasado en la mente de nuestro interlocutor. Que si una radio rara, una foto sepia de un señor bigotón, un gobernador sombrerudo o fotos de grupos grandes en looks ochenteros. 

La idea que compartimos sobre el sindicalismo mexicano se quedó en un pasado al que no le debemos ninguna nostalgia. De alguna manera sabemos que muchas prácticas clientelares, corruptas y adultocéntricas tienen origen, o bien, tuvieron auge cuando se consolidaron las organizaciones sindicales en nuestro país. Por eso es que a pesar de las buenas reformas laborales y los contratos colectivos que han dado estabilidad a millones de familias a lo largo de tantas décadas, pensar en el sindicato como un espacio de lucha colectiva que dignifica y protege, nos parece una ingenuidad absurda. 

A nuestras generaciones nos han criado, no sólo para creer que la educación universitaria nos daría mayor poder adquisitivo del que tuvieron nuestros padres, sino para olvidar que el sindicalismo nació para velar por el bienestar y los derechos de las personas trabajadoras. 

La lección de que el sindicalismo es la manzana podrida de las agrupaciones políticas la aprendimos bien y ahora somos una bola de gente muy “preparada” para el mercado laboral, pero muy maniatada para conseguir condiciones laborales dignas. No tenemos asegurado nada para nuestro retiro, y mucho menos para el mes que viene.

El reto de la sindicalización para nuestras generaciones tiene 3 cabezas: la que tiene el cerebro sindicalista, la del cerebro de la política pública, y nuestro propio cerebro colectivo-generacional . 

El cerebro sindicalista debe entender que hay nuevos formatos de centros de trabajo, así como nuevos formatos de actividad laboral. Por otro lado, tiene a la mano las nuevas formas de organizarse, a las que debe adaptarse porque está ante generaciones mucho más precarizadas que antes; es inhumano pedirnos a las juventudes que elijamos entre el ocio, el descanso y la organización política. ¿Con qué tiempo y con qué dinero? 

El cerebro que hace la política públicadebe entender por qué hay millones de empleadores que no garantizan prestaciones de ley. ¿Es simple y llana corrupción o es que los modelos de formalidad laboral no son sostenibles para todos los casos de emprendimiento?

El cerebro millennial/centennial debe, primero que nada, reconocer que pertenece a la clase trabajadora. Podríamos empezar por aceptar que no tiene nada de malo buscar un contrato fijo, que nos garantice seguridad y estabilidad. Una persona freelancer está siempre más cerca del hambre que de acaparar grandes capitales. Hay que decirlo con todas sus letras y politizar nuestras necesidades de vida como lo hicieron las personas trabajadoras en siglos pasados. Los derechos sí se pierden y somos la viva prueba de ello. 

Así que si este Halloween te quieres disfrazar de algo que de verdad de miedo, que sea de un diagnóstico de enfermedad crónica-degenerativa o de una jubilación millennial/centennial. Mientras tanto, nos vemos el próximo viernes.

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