A PAN Y CIRCO.

¡Feliz sábado de inperfectos! ¿Alguien dijo noviembre?¡Otra semanita pasa y el 2022 nos respira en la nuca! La reflexión de este finde la vamos a dedicar a analizar muy pero muuuuuy brevemente del porqué no confiamos en el gobierno.

Pero si Oscar… ¿estas viendo y no ves?

Oigan pero neta, ¿qué onda? Por una parte, en un estudio realizado por Transparencia Internacional en 2020, se confirmó que los mexicanos creemos muy poco en el gobierno, en la policía y en los legisladores, claro, de manera muy general porque como leíste en la columna de la semana pasada, Alicia en México, nuestro país suele ser el de las maravillas. 

Y por otra, no participamos. Ah pero qué tal nos queda el ojo cuando vemos a legisladoras como Carmen Salinas. No participamos pero que tal la gastritis forzada que nos da cuando vemos a legisladores coreando a Noroña. Son ellos, los “seudo”, los que hacen del pleno su foro preferido para montar un número más de su obra favorita, un teatrito pinchurriento que solo muestra evidente su poca vocación de servicio y su nulo respeto mientras este país agoniza, se desangra y padece hambruna. Y como bien nos ilustró Calle 13, “quien no quiere a su patria no quiere a su madre.” 

Ojo, esto último va más allá de colores y sabores, que quede muy claro. 

Siendo naturalmente cargos de aptitud, tanto los cargos de elección popular, los de carrera, así como cualquiera que se involucre en el servicio público, requieren de preparación. La representación por sÍ misma no asegura el buen funcionamiento del gobierno y, por ende, de la consecución de sus fines. Un gobierno ineficiente genera…. Bueno sí ya sabemos lo que genera, lo vivimos a diario. 

Nos podremos agarrar a coscorrones o a manotazos, sin embargo, es una realidad que cuando se siembra incompetencia se cosecha demagogia. 

Entre que la ciudadanía está más ocupada en el ciberactivismo y el mitote político que en la participación ciudadana se nos esta yendo el tren (y no el del sureste). No estoy diciendo que esté mal, pero pa’l chisme siempre hay tiempo hasta que el salario es tan mínimo que no alcanza para comer, o hasta que se va la luz, o hasta que sube el gas, o hasta que hay balacera.

A ver no estoy eximiendo de la obligación del gobierno de garantizar el Estado de Derecho, el ejercicio pleno de los derechos humanos en el régimen democrático y el bienestar común, sin embargo, cuando hablamos de gobierno hay que voltear a ver el espejo. ¿Quienes integran al “gobierno”? Exacto, las y los ciudadanos. Eeeeeeeeeergo, culpar al gobierno es escupir para arriba. Y bueno si la gravedad sigue funcionando igual, todo lo que sube, tiene que bajar.

Ya es momento de superar las declaraciones, las buenas intenciones, el activismo de sofá y el anhelo caudillista. Lo he dicho una y mil veces, o sea mil y un veces, pero hoy ando de cotorro y me la aventaré una vez más: la participación ciudadana es y será la única vía por la que podemos aspirar al progreso ordenado y generoso. Si la queja no funciona, si las instituciones no funcionan, si la protesta no funciona, s la denuncia no funciona… participa. Y si todo lo anterior funciona… participa.

Si el gobierno somos nosotros, no confiamos en el gobierno porque no confiamos en nosotros. En fin… la representación sin competencia es demagogia. Nos traerán a pan y circo hasta demostrar que merecemos lo contrario. 

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