
DESDE LA RECIENTE LLEGADA DE LOS TALIBANES AL PODER, AFGANISTÁN SE HUNDE.
Kabul, Afganistán.- Después de tres meses después de que los talibanes llegaran al poder en Afganistán, el país se está desplomando. El país es más pobre que el 15 de agosto, se ha quedado aislado y el colapso de su economía ha anulado los esperados réditos de la paz. Las promesas de los fundamentalistas de respetar los derechos humanos, incluidos los de las mujeres y la libertad de prensa, se han probado hueras, dificultando tanto su reconocimiento como la asistencia internacional.
Los talibanes se han esforzado por mostrar una imagen más moderada que cuando gobernaron el país en los años noventa del siglo pasado. “Nuestra visión para el futuro de Afganistán es una sociedad abierta, diversa, donde la gente tiene libertad de movimiento, libertad de expresión y los demás derechos que el islam otorga a las personas”, ha declarado el portavoz de Exteriores, Abdulqahar Balkhi.
Los talibanes se hicieron con las riendas de Afganistán sin planes sobre cómo gestionar el país. En la embriaguez del paseo triunfal que les granjeó el derrumbe del Gobierno de Ashraf Ghani olvidaron que el compromiso de ayuda de Estados Unidos era contingente a que no conquistaran militarmente Kabul y compartieran el poder con el resto de los grupos afganos. Su avance sobre la capital supuso la ruptura de relaciones de los países que aportaban el equivalente a un 43% de su producto interior bruto (PIB) y financiaban el 75% de su gasto público.
Las sanciones por terrorismo que la ONU y Estados Unidos habían impuesto al grupo armado y a sus líderes afectan ahora al Gobierno provisional. Como resultado, Washington congeló las reservas afganas de divisas (9.000 millones de dólares) que guardaba en sus depósitos de la Reserva Federal y se interrumpió la ayuda extranjera. Incluso la asistencia humanitaria, para la que se han hecho exenciones, encuentra dificultades ante el bloqueo del sector bancario. La escasez de dinero en efectivo ha impulsado los precios al alza a la vez que se depreciaba la moneda nacional, el afgani.
Las consecuencias de ese colapso económico, sumadas a la grave sequía que ya padecía el país, han sido catastróficas para la población. Apenas un mes después de la caída de Kabul, el Programa Mundial de Alimentos (PMA) calculaba que el 95% de los cerca de 40 millones de afganos no tenían suficiente comida. Con la llegada del invierno, 23 millones están en riesgo de hambruna, entre ellos tres millones de niños menores de cinco años, tanto en el campo como en las ciudades.
Los dirigentes talibanes piden que se reconozca la legitimidad de su Gobierno, se suspendan las sanciones contra ellos, se les permita el acceso a las reservas afganas sin condiciones y se trate a Afganistán como un país soberano. “¿Cómo vamos a facilitar servicios si nos cortan los recursos extranjeros y las organizaciones internacionales suspenden su ayuda?”, preguntaba el viceministro de Sanidad Abdulbari Omar, durante una reciente conferencia de prensa.
Aunque los principales donantes y organizaciones internacionales siguen hablando con los talibanes, el reto que afrontan no es solo encontrar vías para ayudar a una población crecientemente empobrecida sorteando a la nueva administración. Hay también problemas éticos. Los fundamentalistas aceptan de buen grado la asistencia extranjera, pero mantienen políticas que la dificultan.
Información obtenida de: El País.