
NO TODO ES DINERO – PARTE II.
Mi abuelo, que muy seguramente en paz goza en el infierno, porque él decía que el cielo era para los mustios, entre otras cosas -me reservo el derecho a comentar su justificación- fue una persona que era muy dada a la sabiduría. Sobre todo, a la popular; no le gustaban Carlos Fuentes ni Octavio paz: decía que ellos no querían que los entendieran, al contrario, que buscaban distanciarse de los demás, bajo el espectro de una intelectualidad ininteligible para el común denominador. O que eran muy mamones. En su entendimiento, lo de ellos no era sabiduría popular. Era otro tipo de conocimiento de las cosas. Quizás estoy parafraseando sus palabras, pero algo así me dijo una vez, cuando lo iba a visitar los fines de semana al lugar que, así como a varios, me vio nacer. Lo que sí tengo muy presente es que aquellos no eran de su agrado. Octavio y Carlos, no mis coterráneos, aunque muy seguramente más de uno no estaba en su buen ánimo.
¿YA LEÍSTE? : 30 JÓVENES QUE DIRIGEN LA POLÍTICA EN SINALOA
Hago la aclaración de que digo “a mis coterráneos” y no a sus coterráneos porque mi abuelo no nació en Guasave, aunque a allá perteneció. Él nació en el inexistente Choix, quizás por eso fue una persona singular entre la singularidad de todas las personas, que son tan distintas e iguales entre sí. Qué más se podría esperar de alguien que, sin hablar en términos antropológicos, fue originario de un no lugar.
Por otra parte, a alguien que a él sí gustaba de leer era a Luis Spota. Él si le caía muy bien, porque decía que escribía para el pueblo. Que escribía para hacerse entender. Él fue periodista y después escritor. Spota, no mi abuelo. Mi tata. Mi tata, señalando a las cosas por su nombre (porque así se llamaba para mí), fue profesor. Y no tan curiosamente le apodaron El Profe. El profe Meza Echave. Ah, también le gustaba mucho leer a Catón: pero al otro, el que se llama Armando Fuentes Aguirre, no Marcio Porcio.
Mi tata, como así le gustaba que lo nombrara, era muy dado a hablar en clave de dichos. Su impronta (in)personal era la sabiduría popular, pues. Y uso los paréntesis porque, aunque a él le hacía destacar eso, entre otras cosas, es contradictorio pensar que la sabiduría popular pueda ser un estilo personal. El caso es que a él le gustaba mucho ese tipo de conocimiento de las cosas. Ese que se transmite de generación en generación. Ese en el que, sus ingeniosas frases, no tienen un autor (viva Roland Barthes) y que, aunque no parezca, ascienden a metateorías, o son suspiros de paradigmas, porque explican el todo. Hijos no nacidos del paradigma. También pueden parecer horóscopos, tal vez primas de ellos. Pero no, su aura es otra.
Ahora, que estoy frente al computador, y que escribo desde el sillón que le perteneció, el que estuvo mucho tiempo dentro sus 4 paredes, en el que veía Caso Cerrado y en el cual, a veces, hacía soliloquios o hablaba solo, él regresa a mi mente como espasmo y reflejo del recuerdo frente al olvido. Repentinamente recuerdo que ya se cumplieron 5 años de su muerte. Y, a pesar de lo abrumador de lo cotidiano y de su apabullante capacidad para inducir a amnesias de lo importante, hoy el recuerdo resiste frente al olvido. Me acuerdo de él, y decido dedicar estas letras a su memoria, no porque más o menos sea la fecha de su viaje sin retorno, sino porque es justicia a la remembranza de quien ha importado. A quien ha tocado tierras, creando mundos. A quien ha tatuado almas sin la más mínima ególatra y megalómana intención. También es, quizás, expío de la culpa de olvidar a los que siguen viviendo. Aprovecha el espacio para homenajear a los que aquí siguen, que sé que me están leyendo.

Una de las frases del profe Meza, que muy probablemente no era suya, pero que se apropiaba bien de ella, era “a los hijos no todo lo que se les hereda es dinero”.
El significado que él le daba otro, pero, como esta columna de opinión es de política, tengo que cumplir la cuota: la pasada semana salió una encuesta del Deforma, digo, Reforma, en donde se colocó al hijo de Luis Donaldo Colosio, Luis Donaldo Colosio, en empate técnico con la puntera y el puntero en la carrera por la silla grande.
Ahí es donde entra en juego la frase de mi abuelo, que me permito extenderla: “… no todo lo que se les hereda es dinero. También se les deja el buen nombre”. Digo esto porque, evidentemente, el mejor capital que Colosio le dejó a Colosio fue justamente eso: su nombre. No voy a decir que el amigo no sea bueno en su chamba, pero la verdad de las cosas es que no tiene otro mérito que le coloque en esa carrera más que llevar el nombre completo de su papá. Así de sólidas llegan a ser algunas herencias: hasta para ser presidenciable te alcanza… lo que es la añoranza del sueño de un país sediento de justicia. Lo que es la añoranza del pasado en un futuro inexistente. Como si no nos hubiesen alcanzado las falsas promesas neoliberalismo hace ya más de 20 años.
Ya cumplida la cuota, regreso a lo que vine. A estas horas de la madrugada, donde no estoy sólo porque me acompaña el insomnio y la memoria de alguien cincelada en letras, quiero pensar que llegará un día (que no lo espero muy pronto, a decir verdad) en el que voy a dormir sin interrupciones… o, quizás, en el que estaré en el gozo perenne del infierno con el Profe Manuel Meza Echave. Que llegará el día en que viva la vida después de la vida como él y muchos pensaban que lo hacían (no por eso menos cierto): a su manera.
Ahí que me disculpe Luis Donaldo Colosio por el chiste de pésimo gusto que voy a hacer: lo bueno que esta bala que le dediqué era de salva…