LOS IDUS DE MARZO.

Grandilocuentemente cínico, dentro del pasado que presagia el futuro, o como el eterno círculo de Nietzche, donde la génesis y el ocaso es lo mismo, abre escena el asesor del político, ofreciendo atisbos de lo que éste podría llegar a ser, lo que todo político, tarde o temprano, aspiran alcanzar, acaso sin saber. Un discurso de solemnidad vacua, pero locuaz y sesuda. Una oda, como se acostumbra dentro de países tan poderosos, al chauvinismo, a veces desmedido.

Paletas de colores sobrias, elegantes y, otra vez, vacuas. El aura de todo político consolidado en las mieles de la arrogancia, soberbia y, por supuesto, el cinismo, y no de ese del que Diógenes habló.

La antigua roma, una de las leyendas célebres de las cenizas de la historia, ha sido, creo, una de las grandes inspiraciones del imperialismo del vecino del norte, aún y se pueda considerar que sus raíces devienen del más grande imperio de la historia, que fue el de Inglaterra. 

Y es también, así, un vestigio dentro de los diversos relatos, a veces literarios, a veces cinematográficos, sobre la política, siempre amada u odiada, pero nunca olvidada.

En ese antiguo imperio romano, los Idus eran días de buenos augurios que tenían lugar los 15 de marzo, mayo, julio y octubre, y los días 13 del resto de los meses del año. De esos cabalísticos, los de marzo eran los más famosos, ya que se les vinculaba a varias observancias religiosas, pero, sobre todo, porque en esas fechas ocurrió el magnicidio o asesinato -según quien lo interprete- de Julio César en 44 a. C., lo que, a la postre, sería considerado como punto de inflexión en la historia de la Antigua Roma, marcando la transición del período histórico conocido como República romana hacia el Imperio romano.

Y los Idus de Marzo son, justamente, un símbolo en la praxis política, pues, como lo relató Plutarco, César fue advertido del peligro que corría, que se estaba conspirando con la implacable voluntad de derrocarle del poder, como a otros tantos les ha ocurrido. Pero a César, también como a otros tantos les ha ocurrido, desestimó la advertencia bajo la idea de su grandeza y, por supuesto, de la mística de los idus de marzo que habían llegado para aumentar su fortuna. Él pensaba que nada le podía pasar, pero esa historia ya no la necesito contar.

Y de esa manera, también los Idus de Marzo, pero los que son interpretados por Ryan Gosling como el asesor de medios del pre-candidato a la presidencia de los Estados Unidos, el Gobernador Morris (George Clooney) y el jefe de campaña, representado por el mítico Phillip Seymour-Hoffman, materializan otra de esas historias similares la del César, en donde la soberbia, el sentimiento de invencibilidad y de ser la excepción a la regla general, cegados por las seducciones a las que el enervante poder les induce, nos hablan sobre el ascenso y caída de figuras políticas, también de la madurez política, que, dicho sea de paso, también se puede considerar como la consolidación del cinismo.

Una historia de la humanidad de quienes están en el juego político, acaso de un proceso de deshumanización. De sentimientos viscerales y de ideales románticos. De intrigas, traiciones y, al final, de la propia práctica política. Imperdible para quien esté interesado por los misterios de ese campo.

Por último, debo decir que, en mi opinión, la mejor parte del filme es cuando en una acalorada y reveladora discusión o, más bien, negociación turbia, se hace alusión a las balas de salva. Porque así es la política y el escribir… se puede herir, pero nunca de muerte. O quizás sí.