
SUCEDE QUE ME CANSO DE ESTAR AL DÍA.
Por José Miguel Ruiz.
A veces, cuando leo las columnas de opinión de mis colegas en Polítikmente, noto que siempre están al día con las novedades del quehacer político. Me parece digno de reconocerse. El timing y el oficio de estar actualizados apremian congruencia entre lo que escriben y los tiempos que se van marcando en la agenda pública, y yo no puedo evitar reconocer que eso me ha hecho sentir a veces culpable y en otras reticente ante tan ardua labor que la supuesta responsabilidad política exige a quienes son, en mayor o menor medida, agentes políticos, sobre todo porque a esa tarea me le opongo o le huyo, según la ocasión.
Es que lo anterior implica siempre estar al pendiente del precio del dólar y de la inflación; de la canasta básica; de las reformas a las leyes; de lo que dijo el amlo y de lo que le contestaron; de cuántos muertos hay y, de esos, cuántos son los feminicidios, entre otros horrores que sucumbieron ante la cotidianidad apabullantemente normalizadora. Para nuestro buen fortunio, Trump ya no es algo por lo cual uno debe estar al pendiente (sí, la obligación moral y ética de quienes les da por la política, ya no digamos lo político).
A mí me parece que la gran victoria del sistema (sea lo que eso signifique) es que recarga la responsabilidad en la individualidad. Tienes el valor o te vale. Un voto hace la diferencia. Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica. Tenemos los gobiernos que nos merecemos. Así, todos esos eslóganes, que son bastantes contundentes con sus mensajes, pero no por eso menos chantajistas, al final construyen una narrativa que individualiza la responsabilidad política de las agencias subalternas -entendidas como las personas que no participan en las estructuras dominantes o, al menos, que no congenian con quienes sí participan en ellas- a modo de generar algo así como una perversa culpa judeocristiana por la desobediencia de los mandamientos de la sociedad civil. Y no menciono a quienes dominan, porque esos tienen la “fuerza moral”.

Por parte de quienes opinamos (y pretendemos liderar la opinión), el mandato nos exige aguantar el ritmo de la incesable rueda del día a día de lo político. No voy a decir que eso sea estar a la vanguardia, porque creo que ese es un concepto que desconoce lo lineal de tiempo, y que se refiere a algo más o menos por fuera de la secuencia convencional del mismo, a veces de manera efímera y otras un tanto perdurables, hasta que se vuelva un cliché.
Hoy suelto ese sentimiento de culpa, pues no pienso más someterme al látigo del balé implacable de eso a lo que Peter Sloterdijk mencionó como el “Y” de los medios de comunicación. No pienso ser parte de una destrucción propia por no querer faltarle el respeto a Sidney Verba y Gabriel Almond, y ni creo que lo esté haciendo, porque esto se remite a términos de la consciencia, y no de la ignorancia.
Ojo, no estoy sugiriendo mi retirada de esto de escribir, pero de mis calumnias no esperen novedades políticas, quizá en algún momento sí, cuando la ocasión (para mí) sea especial. Si lo que están buscando es estar informados, es decir, actualizados, considero que mis colegas de este noble medio pueden satisfacer mejor sus necesidades o, para ser exactos, sus deseos.
Sabiendo que tengo mis dos o tres seguidores fieles, que me leen más por cariño que por informarse, me animo a decir que hay balas de salva para buen rato, pero reconozco que la velocidad de ellas no alcanza al día a día, que es más rápido que la mismísima luz…

