Z O VIVE.

En nuestro mundo aparentemente civilizado, los símbolos son la forma primitiva por la cual
existe la comunicación que, casi imposible de negar, es lo que constituye nuestra condición
humana. La asignación de valores y contenido que tienen las representaciones existentes, que
no dejan de pecar de ambiguas, tratan de dar sentido a nuestra existencia. Empero, y que
valgan los esfuerzos de Wittgenstein, no siempre los símbolos tienen un sentido coherente que
permita explicar al mundo mediante el lenguaje, no al menos en términos lógicos.

Qué sería de la historia sin las remembranzas de la resistencia, acaso uno de los actos más
sublimes y puros de la humanidad. Cuántas veces no hemos atestiguados, ya sea en los
relatos magros y macros, en los cotidianos o en los epopéyicos, y las más diversas latitudes del
planeta, la lucha entre antagonismos (porque tenemos predilección por el dualismo), quizás la
propia narrativa perene de nuestra misma existencia. Buenos contra malos; blanco contra
negro; dominados contra subordinados; revolucionarios contra reaccionarios, y así puede
seguir la lista. Y entre ambos bandos que de indecisos no pecan, destacan los tibios, que a
veces son los virtuosos y, otras, los viciosos, pero que siempre son a los que no les pertenece
el porvenir, es decir, la historia.


Z, en el griego, además de ser el número 7, también tiene más profundidades por explorar. Por
ejemplo, también en el griego clásico, representa un símbolo de resistencia, pues su significado
es “vive” o, de manera más elaborada, “el espíritu de la resistencia vive”.

Costa-Gravas, un director franco-griego nos hace recordatorio de ese impetuoso símbolo a
través de su película del mismo nombre. Z es un filme del año 1969, en la cual se advierte que
“cualquier parecido con hechos reales, y personas vivas o muertas, no es accidental. Es
intencionado”. En esa obra, que es más sugerente que explícita (aclarando que sólo en algunas
situaciones), nos regala algunas pistas de que los hechos suceden en Grecia, en aquellos
años, allá por 1963, donde ocurrió el asesinato del político demócrata griego Grigoris
Lambrakis.

Grandilocuentemente, Gavras, con apoyo de la electrizante música de Mikis Theodorakis y las
grandes actuaciones de Yves Montand, Jean-Louis Trintignant y Jacques Perrin construyen la
historia en dos partes: la primera, en donde muestra la efervescencia política en un país no
ficticio, en el cual hay una disputa entre el régimen ‘criptofascista’, que se autodenomina
“demócrata” (halago en boca propia es vituperio) y su némesis, los otros demócratas pacifistas.
Las disyuntivas surgen entre responder con violencia ‘ilegítima’ a la violencia ‘legítima’ y
opresora (aquí sí no aplican las comillas) del régimen o permanecer en el tenor pacifista y
argumentativo. En esa primera parte, se hace gala de la organización de grupos armados
paraestatales agitadores, auspiciados subrepticiamente por los altos mandos del poder;
también, las voluntades políticas de quienes deciden ser actores políticos y de quienes optan
por permanecer en el ostracismo.

En la segunda mitad, que debo de decir no hay intermedio, pero así la divido, es la
construcción del juicio que persigue al asesinato del líder de la oposición y el atentado en
contra de uno de sus principales protagonistas. En esa mitad, se representa la sagacidad de
los medios de comunicación, que en muchas ocasiones sirven como otra oposición más a los excesos autoritarios del régimen; además, magistralmente se visualiza el espíritu testarudo de
personas sin aparente importancia y también de funcionarios de la justicia, que se oponen a la
posverdad (que, dicho sea de paso, es retratada de manera espectacular en un interrogatorio a
un alto mando) y a las afrentas de quienes ejercen el control o que dependen de él.
Y lo mejor, que ya es difícil decir que lo sea, porque toda la película es espectacular, es el
cierre, que es paradójicamente desolador y alentador. No voy a dar más detalles porque es
hacer spoiler. Pero, quien guste verla, aquí le comparto la liga:


“Z” es una película que no te puedes perder. No sólo porque haya sido aclamada en
prestigiosos festivales como el de Cannes o de Venecia o porque a la fecha permanezca
vigente, sino porque su contenido en forma y fondo es un deleite estético para la vista y
estamina para el alma… Una bala de salva por excelencia.