ESPERANDO EL PETRICOR.

Por Ana Quintero.

Hace días vagué por las calles de la mítica urbe en la que vivo. Anduve tanto y tan sin dirección que fui a parar a un mundo raro. No, este no era aquel mundo raro que hace que se nos antoje un tequila cuando lo escuchamos. 

En este mundo-rincón, no vi a nadie tomar riesgos. De hecho, se notaba que había pasado mucho tiempo desde que alguien consiguió cumplir alguna meta, y era evidente que quienes no habían conseguido nada, lo habían dejado por la paz. Tampoco les importaban cosas como la innovación. Al contrario, cualquier propuesta que estuviera ligeramente desbordada de los límites de lo establecido fuese un riesgo fatal a un remedio frágil de paz que se sentía en el ambiente. 

Por otro lado, en medio de la tristeza de su tarde, vi que su mundo no está en crisis climática, ni les afectan las crisis económicas. Nadie pelea con nadie porque nadie necesita ponerse de acuerdo con nadie para construir absolutamente nada. Es un mundo hecho. Hasta era común ver que alguien podía conseguir estabilidad y seguridad así sin tanto trámite y camino revuelto como en nuestro mundo. Eso me hace sospechar que fue este pueblo el que se ha robado nuestras posibilidades de un futuro de condiciones laborales justas y retiros dignos. ¿Serán los mismos bandidos que nos quitaron el derecho a la vivienda o será la banda criminal que se llevó el agua o quizá los que convirtieron en ruinas a nuestro planeta?

Entre tanta sospecha me di cuenta de que este mundo raro se parecía mucho a un mundo del que ya me habían contado. Claro, se trataba del emocionante mundo de los viejos. Estamos hablando de una sociedad compacta en todo sentido; tienen todo para no necesitar nada de nadie que venga del exterior (como yo), e incluso, su relación con extraterrestres está claramente delimitada para cuando éstos se mimetizan lo más posible con sus modos, reglas y dinámicas. Es decir, si alguien como yo quisiera interactuar con ese mundo, tendría que adaptarse hasta que no quedara ninguna pista de que se viene de otro lugar. 

¿Qué tienen de malo los cambios? ¿Por qué evitar el conflicto natural de la diferencia? ¿Por qué resistirse a aceptar a quienes son diferentes?

Lo peor no fue haber estado perdida y lejos de casa, sino descubrir que hay hombres y mujeres jóvenes, de nuestro mundo, luchando contra toda naturaleza por encajar en ese mundo. Si seguimos así, dejándonos seducir por el emocionante mundo de los viejos, podremos dejar morir toda esperanza de nuevos ciclos, nuevas dinámicas y, sobre todo, de tener un mundo más nuestro y menos hostil.

Mientras averiguamos cómo podríamos regresar la esperanza de petricor al emocionante mundo de los viejos, nos vemos el próximo viernes.