
LA IMPORTANCIA DE LAS CONVICCIONES: WINSTON CHURCHILL Y MARGARET THATCHER.
Por Alberto Emerich.
Escuche que las convicciones son un lujo para aquellos que se mantienen al margen, es decir, para aquellos que no hablan con la verdad, con su verdad. Después escuche, en cambio, que las convicciones son nuestras propias prisiones. Entiendo esto último, pero no lo comparto y es que, en esta vida, tomando postura y siendo firme en lo que se cree, sin llegar a lo inflexible, se obtiene dirección y sentido en el camino.
Es bastante común seguir la corriente para evitar conflictos en la vida cotidiana y en política esto no es una excepción. La lambisconería parlamentaria se arrodilla ante los intereses de los patrones en turno y en otras ocasiones se doblega ante lo políticamente correcto. Siempre por no meterse en problemas, siempre por no salirse de la corriente.
Cómo se admira a aquellos que, en contra de todo pronóstico y pese a las circunstancias, creen en sus ideas y tienen la certeza de que funcionaran, independientemente de lo populares que puedan ser en un grupo determinado, un país o en el mundo entero. Tener convicciones genera respeto, de eso no tenemos duda. Por eso y más, recordamos y hacemos honor al legado de quienes nos hablaron con la verdad, con la suya, la compartamos o no. Las personas admiramos el coraje.

Solo por mencionar a dos grandes referentes, volteemos a Gran Bretaña, en donde ocuparon el cargo de Primer Ministro uno de los líderes políticos más tenaces e interesantes del siglo pasado, Winston Churchill y Margaret Thatcher, la primera mujer en hacerse con el máximo cargo gubernamental, ambos dedicando la mayor parte de sus vidas a la Corona Británica y al Partido Conservador.
Churchill fue, entre muchas cosas más, un gran promotor del libre mercado, convencido de que esta era la mejor forma de prosperar para las naciones, al contrario de sus compañeros de partido, quienes implementaron altas tarifas arancelarias y regulaciones proteccionistas.
Sin importarle que fuera incómodo para los lideres Conservadores, Winston continúo expresándose y defendiendo su punto de vista sobre este asunto en el Parlamento, costándole el apoyo de su partido y orillándolo a cambiarse de bando para unirse a los Liberales de oposición, quienes le dieron libertad para impulsar sus ideas económicas.
Finalmente, después de unos años, el joven Churchill decidió regresar con los Conservadores, quienes se ajustaban mejor a su visión del mundo y en donde permanecería por el resto de sus días.
En lugar de condenar su carrera política con este cambio y re-cambio de bando, la independencia de pensamiento y franqueza de quien sería Primer Ministro, le hicieron ganar un gran numero de seguidores y el respeto de sus colegas. Churchill decidió no censurarse a sí mismo a lo largo de su vida y carrera política.

Incluso cuando quienes dirigían al país desde las trincheras del Partido Conservador promovían una política cobarde y pacifista, Winston fue uno de los pocos líderes que intentaron alertar al país de los peligros del rearme de la Alemania Nazi, sin embargo, cuando se tomaron enserio estas advertencias, fuedemasiado tarde y la guerra llegaría a domicilio para los británicos.
Churchill diría más tarde “Les dieron a elegir entre el deshonor y la guerra… eligieron el deshonor, y ahora tendrán la guerra”, refiriéndose a los dirigentes del gobierno.
La Corona, al verse necesitada de un Primer Ministro fuerte, por la naturaleza de los hechos, elegiría a Winston Churchill para tomar el timón de la nación, obteniendo así su mayor logro político en el más difíciles de los tiempos: Salir victoriosos de la Segunda Guerra Mundial.
Margaret Thatcher, la “Dama de Hierro”, la incansable luchadora contra el comunismo también fue una persona de grandes convicciones, comenzando con su sentido de pertenencia en el ala conservadora del Parlamento Británico, raro para una mujer de aquellos tiempos por la inclinación del partido a elegir representantes masculinos.
A sabiendas que, siendo mujer, estaría en la lupa de muchos de sus compañeros Thatcher pudo haber tomado una postura relajada y sumisa ante las principales posturas conservadoras;pero a pesar que por convicción la mayor parte del tiempo estaba de acuerdo con las ideas promovidas por su grupo parlamentario, cuando llegaba el momento de mostrarse en desacuerdo con ellos, se oponía con firmeza y buenos argumentos.
Como diputada, Margaret votó a favor de legalizar el aborto, posición contraria al consenso conservador de su partido al respecto, pero como ella lo dijo: “No soy una política de consenso. Soy una política de fuertes convicciones”. Y a pesar de que esto le costaría señalamientos de sus compañeros en un inicio, más tarde, la popularidad que desencadeno su valentía y capacidad argumentativa, entre otras cosas, la llevaron a convertirse en la primera mujer en liderar el gobierno de Gran Bretaña. Una vez en esa posición declararía: “Soy partidaria de modificar la ley, porque creo que está operando en una forma más laxa de lo que se previó, pero no soy partidaria de abolir totalmente el aborto”, de nueva cuenta, fiel a ella misma.
Es verdad que, a lo largo de sus carreras políticas, Winston y Margaret tomaron muchas otras decisiones que son ejemplo de determinación y lealtad a las propias convicciones, lo que les permitió en primer lugar, siendo Gran Bretaña miembro de Los Aliados, ganar la Segunda Guerra Mundial y después, tomar un papel importante en la derrota del comunismo soviético, al ser un fuerte aliado de Estados Unidos, sobre todo en el periodo del Presidente Ronald Reagan.
Afortunadamente, somos libres de catalogar sus legados como queramos de acuerdo a nuestros principios e ideas, pero si existe algo que indiscutiblemente podemos recordar o aprenderles a ambos líderes británicos, es que el coraje constante de mantenernos firmes en lo que creemos correcto debería ser el factor principal para quienes aspiramos a cargos públicos o los que se encuentran ocupándolos pues solo así se puede vivir de manera congruente y alcanzar logros con verdadero significado.
“Convicciones fuertes preceden a las grandes acciones” James Freeman Clarke.
