
LA VERDAD OS NO HARÁ LIBRES.
Por José Miguel Ruiz.
“Decía, pues, Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres»”. Proverbial y canónico como siempre, los versículos de la biblia algo siempre intentan decirnos, y son también, al final, una expresión secular del humanismo. Cuántos acontecimientos, cotidianos y trascendentales, suelen encontrarse explicados desde una perspectiva bíblica.
La verdad, o como yo preferiría decir, las verdades, no son admisibles en muchos espacios, y tampoco digeribles para muchas personas. Creo que las aproximaciones a verdades son para conciencias entrenadas y lo suficientemente preparadas para recibir lo inconmensurable de lo oculto tras lo real y lo ilusorio; a veces, incluso, sólo gente que nunca fue de realmente de lo terrestre sólo es capaz de digerirla. La verdad está reservada para las letras, la poesía y el arte. No más.
Entonces, como premisa, el mundo es esencialmente una ilusión, y está diseñado para mantenerse así. Su instrumento: la mentira. Y quien ose a hacer frente a lo espurio y hablar, en la medida de lo posible, de manera honesta, tendrá que atenerse a las consecuencias del tremendo patíbulo de la alteridad, de la inevitable confrontación con lo otro, el otro.
Y como arquetipo de la mentira como forma y fondo está la sempiterna política. Sólo aquellos que sostengan el péndulo en el discurso de la mentira, lograrán sobrevivir y, con astucia y habilidad, sortear las incongruencias entre dichos y hechos. Pero aquellos que logran ser penetrados por debajo de su piel, y hablan desde la volatilidad del estómago sufren el áspero devenir de no modular la lengua.

Por ejemplo, el indeseable de Roberto Palazuelos. Sobra decir que es un inepto, advenedizo, con nula experiencia política y una dudosa trayectoria profesional y estudiantil. Ya sería excesivo decir que de artista nada tiene y que sólo es estrepitosamente un pésimo actor de Cuarta – y no de transformación -. Inocente y poco experimentado, intentó hablar con la verdad y se mostró a carne viva: autoritario, harto arrogante, blofero, elocuente sólo por ser seguro de sí mismo, pero de discurso vacío de contenido; incluso, se confesó criminal, aunque crea que esté eximido de su responsabilidad por sus mal nombrados conocimientos jurídicos. Y qué fue lo que le costó su absurda honestidad: perder la candidatura que, posiblemente, lo llevaría al poder ejecutivo de su natal estado. Para ajustar cuentas, según sus dichos, y subrepticiamente a incrementar su fortuna hotelera. Tampoco hay que ser brujo para adivinar eso.
El otro, que está mucho peor, es el Andrés Manuel. El señor, que pensaba que controlaría la agenda pública por lo duro y lo tupido de su mañanera, no contaba con que lograrían penetrar sus entrañas y sacar a flote uno de sus verdaderos rostros: el autoritarismo. Creo innecesario extender las explicaciones de sus dichos. Es casi de dominio público, y tampoco pienso reproducir y perpetuar sus palabras.
Muchos pregonamos la necesidad de la honestidad, sobre todo para lo público, aunque también para lo privado. Pero, en cuanto alguien llega al desnudo, a veces para bien y otras para mal, solemos rechazarle tajantemente. La verdad, así como las balas de salva, no matan pero incomodan, también cuestan elecciones y cargos públicos…
