
LOS POLÍTICOS DEL SUBSUELO – PARTE II
Por José Miguel Ruiz.
Fabricio Carranza, ciertamente, nunca se preparó para ser político. Total, estaba muy seguro de que no lo necesitaba, pues como reza el (anti) dicho popular – falso o tal vez no –, para político no se estudia. Dicen. Y ya ven el escándalo que se vuelve la vida pública en México. Sus saberes, los de Fabricio, por decirlo de alguna manera, eran muy diferentes a los temas sociales y, según reza el rumor de las buenas lenguas, tampoco eran espectaculares sus habilidades para la profesión que ostenta en sus redes sociales y en los eventos politiqueros cuando es mencionado.
Lo que sí tenía Carranza, a falta de su preparación política, eran los billetes. A Max Weber le faltó decir, sin tampoco querer denunciar la omisión, que dentro de sus tipologías tradicionales de la legitimidad, una de ellas debe residir en el poder que representan los billetes. Quién quiere carisma, la fuerza del Estado o la estirpe cuando puede tener de aliado al poderoso caballero Don Dinero. Y así fue como Fabricio inició su carrera de político de subsuelo.

Empezó como el rey midas de su condado. Haciendo política o, para dejarnos de frases confusas, regalando y despilfarrando su dinero, por una parte, con los más necesitados (lo que quiera que eso signifique) y, por otro lado, con las cundinas a fondo perdido del partido en el que militaba. Uno pensaría que especular en los mercados bursátiles es una locura, y una actividad de alto riesgo; pero eso sólo lo dice alguien que no conoce la política: invertir dinero en la política es la actividad de altísimo riesgo por excelencia; no recomendable para cardiacos, pobretones y, por supuesto, impensable para alguien que no tenga otro sustento de vida más que la función pública, ya sea porque para eso es profesional o porque es un inservible.
El caso es que Fabricio así se la vivió por más de 10 años. Picando piedra, como dirías algunos. O perdiendo el tiempo, como dirían otros. Y el tiempo es lo de menos, ese se recupera, el problema es el dinero de la cundina que nunca más volverá a ver. Y ni decir que con los pocos cargos que tuvo con goce de sueldo recuperó lo invertido. Eso sólo pasa cuando te ponen en donde hay. Desde luego que Fabricio no corrió con esa suerte porque, a veces, la política solamente trata de eso: de la suerte. Para que quede claro que es una actividad de altísimo riesgo.
Después de tantos años aguantando balas de salva, Fabricio tomó la decisión de cambiar su estado sentimental de casado con su partido a soltero político, coqueteando, por supuesto, con otros pretendientes. La mayor retribución que obtuvo, quizás para efectos literarios y poéticos, que tampoco va al caso, son las tremendas decepciones que en el camino se llevó. Eso sí sería una mina de oro, por ejemplo, si de sus vivencias hiciera un drama novelesco. Bien pudiera decir Fabricio, en términos teológicos y morales, que la satisfacción de su espíritu por tanto ayudar no tiene parangón, y que su billete, el boleto al cielo, ya está más que asegurado. Pero esas serían patrañas y un consuelo insensato.

Al final, pienso que debo corregir mi afirmación. Fabricio carecía de formación política, pero demostró tener tesón para la práctica política. No cualquiera tiene el temple para seguir con la congoja de estar en la política después de haber soportado tantos infortunios, traiciones y decepciones sin romper en cólera, suicidarse, o peor aún, volverse renegado de la política. Pero es que la política es, también, un poderoso enervante del cual, a la fecha, no se le conoce una terapia de rehabilitación, acaso el ostracismo, que tampoco es garantía.
No voy a decir que Fabricio, al haberse salido de la fila en la que estaba parado – en sentido figurado -, haya tomado una sabia decisión, porque sería tan absurdo como aplaudir a alguien que se va del casino después de haber apostado el dinero de la quincena. Afortunadamente, aún y lo huérfano en lo que respecta a una agrupación política, a Fabricio no lo ha abandonado Don Dinero, y si Don Dinero con él, ¿quién contra él? Una oportunidad más tiene, tan siquiera, de formarse en otra cola aspirando a que un día deje de ser del subsuelo…
