
A NOSOTROS NO NOS INVITARON A ESA FIESTA.
Por José Miguel Ruiz.
Supongo que más de uno de esos machitos, de esos que tanto abundamos por ahí, debe de estar muy consternado por el acontecimiento de uno más de los capítulos de la odisea de las luchas feministas: el 8 y 9 de marzo. Muy seguramente, esos machitos no caben en sí, algunos muy en el interior y otros penosamente expresándolo a todo pulmón en cuanto lugar se le permita ventilarlo; y es que la consternación de que dos días de los trescientos sesenta y cinco no les pertenezcan, así como el ofuscamiento porque en el día internacional del hombre – fecha que no recuerdo, hecho que no representa una piedra en mi cama – no se hace tanta algarabía como en esas dos fechas, golpea, y muy duro, en el frágil ego masculino que les posee tan ferozmente, y que reconozco a mí también me visita de cuando en cuando.
En el entendido de que aquí acostumbramos a ofrecer pan recalentado, les propongo el siguiente soliloquio, esperando que conversen con él, y por supuesto que conmigo, para no ser el loco que habla solo.
Si bien es cierto que el 8 y 9 de marzo fue hace una semana, y aunque la estrepitosa y rotunda dinámica de los medios de comunicación presupone que la noticia de antier ya no es noticia, poco me interesa esa inercia cuando lo que aquí se pone en relieve es un tema tan importante que no debe dejar de ser punta de lanza en la arena pública, además, que me parece sensato y preciso seguir la discusión después de un espacio para la reflexión, que justamente creo es necesario para procesar todo lo ocurrido y poder emitir una opinión más o menos meditada; pero, sobre todas las cosas, bajo la consideración del profundo menester del constante ejercicio de la buena memoria, esa que no es cortoplacista y que no cede ante el implacable consumo insaciable sin pausa ni digestión.

Pues vamos a lo que vamos. Aunque pienso que lo ético es hablar en primera persona, aquí voy a hacer una excepción porque, en mayor o menor medida, lo que quiero describir no es mi caso, que tampoco me jacto de ello, no soy la deconstrucción con pies: muchos hombres consideran que lo que se ve en las calles, redes sociales y medios de comunicación, referente las luchas feministas, es un absurdo y despropósito, principalmente porque ellos no son violadores y violentos. Piensan que, más allá de la acción efectiva, es una especie de concesión de los hombres que siguen siendo los protagonistas de la película. Ya saben, que las dejan ser para que dejen de estar fastidiando.
Claro, no se pueden considerar a sí mismo como violadores y violentos porque aún no lo han materializado; pero el pudor de lo externo puede quedar en evidencia bajo la lupa sobre los pensamientos, cosa que a aquí tampoco sería posible descifrar. Ciertamente resulta antipático asumir esa postura. Por otra parte, mi discurso no es moral; no considero que sea un pecado que los varones aún se muestren reacios a empatizar con los movimientos feministas. Eso, por una parte, porque a veces cuesta trabajo entender que las luchas feministas también ayudan a los hombres a emanciparse del machismo.
No obstante, considero que es poco ético que los hombres no se permitan reflexionar al menos cinco minutos, y que irrumpan en la odiosa práctica masculina de hablar desde el prejuicio y el tremendo peso de las dos pelotas, antes que detenerse a callar y escuchar, evitando el hipócrita ejercicio de sólo esperar el turno para contestar.
Por todo eso, y después de que yo ya pude hibernar mis ideas, quiero dejar algunas propuestas que pueden servir a los varones, para tener tantito padre y al menos detenerse a pensar y no hablar sólo porque se puede, además de despojarse de los corrosivos celos de no haber sido invitado a las fiestas del 8 y 9 de marzo ni de ser protagonista de esos escasos dos días. Ahí les van:
1) Reconoce los privilegios que tienes como hombre, no te hagas el que la virgen te habla;
2) Cállate por un momento y escucha activamente;
3) Infórmate de los feminismos, por favor;
4) Omite, por lo más que quieras en este mundo, salir con el facilón comentario de “no todos los hombres”;
5) En la medida de lo posible, cuestiona públicamente el machismo de otros hombres (pero tampoco te vuelvas la santa inquisición, no seas odioso);
6) Recuerda la autonomía de las mujeres: no te pertenecen, necesitas su consentimiento;
7) Si a tus compas les crees todas las mentirosas hazañas que te platican tener con mujeres, nada te cuesta creerle a las víctimas, que ellas están hablando con verdad;
8) No seas flojo: aprende a hacer los quehaceres del hogar;
9) Cuestiona a tu machito interior;
10) Sé incluyente, con todo lo que esto implica. Y bueno, la lista es enunciativa, más no limitativa.
Las balas de salva como la verdad: no matan pero incomodan…
