GUÁCALA LOS PARTIDOS POLÍTICOS, AMIGA.

Por Ana Quintero.

En la última década hemos visto que las narrativas y los movimientos anti-partidos políticos ganan popularidad. En el caso de México se legisló en materia electoral para tener la figura de candidaturas independientes, es decir, candidaturas que no estén firmadas con el logo de ningún partido político; se promovió fuertemente una iniciativa para quitar el presupuesto público asignado a las actividades ordinarias de los partidos políticos y se han levantado movimientos que buscan eliminar las listas de representación plurinominal en varias ocasiones, aunque afortunadamente, éstas no han tenido éxito.

El populismo que usurpa la capa de superhéroe democrático en este momento es aquel que complace a la ciudadanía con propuestas que le quitan la mayor cantidad de poder posible a los partidos políticos.

Lo cierto es que, bajó la mirada ciudadana, los partidos se han ganado el rechazo a pulso y a nadie parece importarle. Con suerte dirán que “hay un divorcio” entre partido y ciudadanía; mientras que con sus acciones colocan los intereses particulares de las cúpulas dominantes al centro de las agendas y de sus operaciones.

El problema de malas prácticas es tan grave que hay un eslogan que surge en cada proceso electoral: el que promueve al “candidato ciudadano”, aunque éste porte el logo de algún partido. Generalmente es una persona popular que jamás ha militado en el partido que le promueve, pero ha decidido encabezar la candidatura.

Es claro que los partidos tienen problemas muy serios de credibilidad, representatividad, democracia interna, transparencia, espacios libres de violencia y relevo generacional. Tan serios que es válido preguntarnos si es posible un país democrático sin ellos. Pregunta que, aunque está justificada, es riesgosa para la vida democrática y la garantía de derechos, sobre todo de derechos políticos.
Los partidos políticos son fundamentales para evitar conflictos armados, organizar la participación ciudadana y administrar el acceso a la toma de decisiones; por eso, en entregas previas he invitado a quien me lea a acercarse al partido que le resulte menos lejano o menos apestoso, pero es que acercarse no es suficiente.

Estar fuera de la estructura partidista es cómodo. Reproducir el estado de las cosas, seguir peleando con las cúpulas que secuestran los presupuestos millonarios de los partidos porque, encima de todo lo que hacen mal, lucran con causas y agendas que no construyen y para las que no colaboran, es más que cómodo: es reconfortante, porque nos pone en la posición buenita, donde si algo sale mal hay hacia donde señalar sin que nadie cuestione el proceso.

Tampoco es justo cargarnos la responsabilidad en el lomo de quienes no militamos. No es nuestra culpa que los partidos políticos estén sumidos en esta crisis que parece no tener fin. Pero entonces, vale la pena una segunda pregunta. ¿Podemos limpiar la caca sin ensuciarnos? No creo, pero podemos intentarlo.

Para colaborar con el fortalecimiento de la democracia tendríamos que impulsar una iniciativa ciudadana que obligue a los partidos a abrir espacios de escucha y vigilancia ciudadana. Nos tocaría formar grupos para involucrarnos de lleno en la vida interna de los partidos, y desde ahí, impulsar procesos de construcción desde posiciones más horizontales y en las que nadie le deba lealtades a ningún cacique.

Además, habría que legislar para etiquetar presupuesto que garantice la formación política de la ciudadanía, pues la política no debe estar 100% en manos de políticos de carrera, y entonces debemos cuidar que ningún ciudadano o ciudadana de a pie caiga sin herramientas en el matadero de la grilla.


Mientras le perdemos el asco a los partidos políticos, nos vemos el próximo viernes.