EL DIARIO DE UN MONSTRUO.

Por José Miguel Ruíz.

El feminicida – que quién sabe cómo se llama, bueno, sí sabemos, y la fiscalía del Viejo Nuevo Tigre también – se levantó un nueve de abril a las once ah eme. Se levantó del lado derecho de la cama. Lo primero que hizo, después de abrir los ojos, fue dirigirse al baño: se bajó los chones y orinó. También hizo del dos. Luego se mal lavó los dientes, más por su mal sabor de boca mañanero que por higiene dental. De ahí, se desnudó por completo y tomó un baño de cinco minutos. Exprés, sin mucha delicadeza ni a profundidad. Al modo macho. 

Ya bañado a lo fast track, se secó el cuerpo. Vale la penamencionar que lo hizo con la misma toalla, cosa que no hace cuando seca su carro o el de sus jefes: a esos lo seca con tres diferentes tipos de toallas. Así es la masculinidad, pues. Se acepta la falta de higiene personal, pero pobre aquel que ose al carro sucio.

Después de secarse el cuerpo, se puso el mismo boxer del día de ayer. Unas calcetas que por ahí encontró. Una polo recién lavada, pero arrugada. Unos jeans de mezclilla. Unos tenis blancos. Se peinó, y con mucha gel, cosa medio inútil porque después se puso una gorra. En chinga listo. Lo usual.

Ya bien chaineado, se fue rumbo a la chamba. Antes, llegó a una fondita y se echó unos huevos revueltos con machaca. Perrones. Le ayudaron a bajar la cruda que cargaba. Bien servido el compa.

Llegó a la casa, pero de seguridad. Ahí era la oficina de la chamba. Se vio con sus otros colegas ejecutivos V. Se echó algunas cervezas con ellos, en lo que salía una orden del jefe. Uno que otro pericazo, porque el aburrimiento es cabrón y la necesidad del trabajo es andar pilas, como diríamos por acá. A la tarde, pidió algo de comer. Ya en la noche, también pidió algo de comer.

Andaba enredado con ya saben quién y, a decir verdad, era uno más del montón. Un chalán. Por lo general, su trabajo era de ejecutivo V. Ve y tráeme la lavada, ve y vende los tostones, ve y pégale una cagada a aquel. Lo normal. 

Ya para la noche, que en horas era de madrugada, entre pedo y periqueado, le tocó chambear. Lo mandaron a la carretera de la muerte, como por la gente se conoce,situada en el Viejo Nuevo Tigre. Y bueno, ya lo demás es historia.

Ya leíste: DOSCIENTAS SESENTA Y TRES BALAS DE SALVA.

A la fecha actual, el feminicida carece de señas particulares o nombre personal, al menos para el público en general. Pero eso es lo de menos, porque sabemos que el verdadero nombre del perpetrador es Machismo y que sus apellidos son Patriarcado Capitalismo Gore.

Sus apellidos son Patriarcado y Capitalismo Gore porque son sus progenitores: un sistema patriarcal donde el mandato es la dominación en amplios términos del hombre – hegemónico – sobre todos y todo lo que no sea semejante; del capitalismo gore, porque es hijo de un sistema en donde la acumulación y explotación de recursos ya no se pueden entender sin la aberrante necesidad de realizar actividades donde la integridad y dignidad humana es llevada al filo del borde, y que apremia la violencia extrema y gráfica como instrumento para perpetuarse a sí mismo y reproducirse. Machismo, porque es el brazo ejecutor de los mandatos de esos dos sistemas.

El feminicida, a diferencia de la definición moralista y dicotómica en la que algunas personas lo tildan de monstruo, es una persona común y corriente, así como lo que les describí. Puede tener sus desvaríos, pero no es un personaje extraído de los cuentos de Stephen King, ni de las historias de Guillermo del Toro, ni de las películas de Ari Aster o Robert Eggers. No es un leviatán, ni tampoco está en los círculos del infierno de Dante. Su comportamiento no es patológico ni está fuera de la regla prediscursiva. 

Por el contrario, y como diría una buena amiga que conoce muy bien del tema, es un hijo muy sano del patriarcado. Y obediente, agregaría yo: fiel al cumplimiento del mandato patriarcal de la violencia y dominación frente a la mujer y, en general, contra todo lo que sea una amenaza a su hegemonía, o simplemente no se adhiera a ella. En todo hombre hay un potencial feminicida. Decir lo contrario es seguir tratando de voltear la mirada hacia otros lados; excluir, señalando de loco, monstruo y enfermo al que comete tal acto es no admitir que el problema es colectivo y que sólo se trató de un acto aislado y por una supuesta desviación personal, cuando es consecuencia de algo más grande que eso.

Eso, en definitiva, nunca nos va a llevar a ningún lado, porque es negarse a ver la imagen completa. Y no se trata de justificar las acciones. Sin embargo, deshumanizar una acción, por más reprobable, es pretender soslayar que el problema no es propio, que no es de la sociedad, que es de los que están excluidos y por fuera de ella. Es ignorar la estructura, y es, otra vez, un intento testarudo por definir como una pseudo patología cuando es, quizás, por no decir que muy probablemente, una regla normalizada: la violencia extrema como mandato de ese contubernio de sistemas que arriba mencioné.

Y no me vengan con el “No todos los hombres…”. Es como cuando gana el equipo de fútbol al que le vas. Dices “ganamos”, no “ganaron”. Así es también con los hombres. La responsabilidad es colectiva y asociativa. Hay que asumirla, y ni modo…

Ojalá tuviera una solución al problema. Necesitaría de una bomba para derrumbar a ambos sistemas. Al menos, espero que con esta bala de salva logre golpear a más de uno.