
NO DEJEMOS DE ESCUCHAR.
Por Ana Quintero.
“México está polarizado” es la sentencia política que dictamos, legitimamos y reafirmamos todos los días en cada espacio en el que se analiza la vida política del país. En este proceso histórico, en el que las narrativas polarizadas y polarizadoras dictan las agendas, muchas personas nos hemos quedado prisioneras; porque no nos asumimos en ningún bando, porque estamos tan lejos del poder real que nuestra única respuesta ha sido y será la opinión, y porque ganar debates nunca será tan efectivo como ganar elecciones en las urnas y las cámaras legislativas.
Nosotras, las personas periféricas a los poderes, que no tenemos acceso directo a la toma de decisiones, tampoco tenemos medios para sostener las diferencias identitarias entre obradoristas, opositores y términos intermedios. Por lo tanto, no deberíamos tener razones para permitir que dichas diferencias se sobrepongan y actúen como muros que nos separen y nos alejen de converger aunque sea en conclusiones, generar nuevas visiones y unirnos en organización si el escenario político lo amerita.
Leer las ideas ajenas con el velo de la descalificación que da la polarización, implica dejar de escucharnos, y en consecuencia, dejar de escucharnos implica prolongar los diálogos de sordos que ahogan nuestra frágil democracia.
¿Nos alcanza la madurez para abrir diálogos que estén libres de doctrinas tóxicas? ¿Podemos cambiar el rumbo de la agenda pública a punta de diálogos buena ondita? ¿Es realista decir que para cuidar el terreno ganado con la democracia bastará con evitar descalificaciones?
Lo urgente no es que el experimento funcione, sino que nos animemos a hacerlo porque al final del día ya no quedan tantas opciones para sacarle la vuelta a la polarización. Dejemos de pelearnos entre mortales sin poder; si no lo queremos hacer por la dichosa democracia, que al menos sea por espacios libres de debates estériles donde no ganamos nada y perdemos demasiado. Tomen agua. Nos vemos el próximo viernes.
