ODIO IR A LA USE

Por José Miguel Ruiz.

No conozco a nadie que gozosamente me haya hecho saber que tiene que ir a la Unidad de Servicios Estatales – USE por sus siglas -. En general, me animaría a afirmar que no sé de nadie que disfrute ir ora a la USE, ora a Palacio de Gobierno, ora al Ayuntamiento, en fin, a cualquier lugar donde se encuentren dependencias de la Administración Pública.

Sin temor a generalizar, la ciudadanía le tiene pavor a la Administración Pública. Y los funcionarios públicos también. Hay que ser honestos. Y es que los procesos lentos, engorrosos, e ineficaces nadie los quiere vivir, pero es una experiencia que, junto con la muerte, – casi – nadie puede escapar de ella. Incluso, algunos autores, como es el caso de David Graeber con su obra ‘Bullshit jobs’, señala la inutilidad de la Administración Pública, dado su supuesta falta de trascendencia para lo que considera es realmente importante para la humanidad.

Sin embargo, creo que lo conveniente para nuestra salud sería reconciliarnos con la idea de que la Administración Pública seguirá existiendo, y más que eso, que debe de existir. Nos guste o no. Para entender esa idea, es necesario pasar por la pertinencia de la Ciencia Política y de la misma Administración Pública como disciplina, que en suma, generan una dimensión teórica y práctica, que en la actualidad exige un alto grado de especialización por la complejidad de las problemáticas latentes.

Así que para ir comprendiendo más acerca de ella, vamos viendo de qué va la Administración Pública. La Ciencia Política y la Administración Pública se sitúan en el contexto de las instituciones públicas la cuales nacen, o al menos deben emanar de una necesidad. Es aceptable señalar que las dependencias públicas no son un capricho ni una ocurrencia del gobierno en turno (que no está exenta de esa situación, como ese Instituto para devolver al pueblo lo robado) sino que se encargan de resolver determinadas problemáticas que a distintos grupos sociales atañen. Bajo esa premisa, tal y como señala Omar Guerrero, una institución que nazca del capricho de quienes ostenten el poder en turno o por quienes sean orientados, está destinada a que su existencia sea raquítica (2019). Esa es una perspectiva al cual tenemos que prestar mucha atención a la hora de generar una crítica al actuar de la gestión pública.

Sobre la necesidad de la formación de la disciplina, en el caso mexicano, se data de 1951 con la implementación de la Licenciatura en Ciencia Política y, después, en 1959, con la Licenciatura en Ciencias Políticas y Administración. No obstante, los vestigios surgen desde varios años atrás. Para ello, hay que remontarse al desarrollo de la política en occidente, que se engarza con el proceso de secularización del cual emanó la concepción del Estado, que a la postre fijaría el eje central de lo político y del tema administrativo relacionado a ello.

De lo anterior, tal es el caso en Roma con el Civitas y después el Estado. Estos procesos generan la construcción de la pericia técnica sobre lo político, lo cual, en palabras de Gaeto Moscana, simboliza obtener el poder supremo en una sociedad determinada y obstaculizar los esfuerzos de otros individuos o grupos que intentaran sustituirlos.

Entonces, es con ello que en el siglo XVIII se asumió un significado científico y superó el período tecnológico del poder, lo que llevó de la práctica al análisis de lo político, y que se incrustaría en diversas latitudes en la trinchera académica, como canal de difusión y medio de institucionalización del estudio de la ciencia y la técnica de lo político, así como su entronación de una propuesta teórica y metodológica, tendientes a mejorar y profesionalizar el ámbito de lo público. 

Como resultado de los procesos políticos, sociales e históricos que les platico, ha surgido la propuesta de la profesionalización institucionalizada de lo político-administrativo en diversos países de Latinoamérica, las cuales, según cada necesidad de las naciones, se fraguaron los distintos tipos de programas académicos.

¿Ya leíste?: LA BUENA, EL MALO Y EL FEO.

Volviendo al caso de nuestro país, la construcción física y epistemológica de la administración pública significó para el país la instrucción del cómo gestionar lo público, y el principal ejemplo puede situarse en los primeros años del siglo XX, en donde se constituyó la Escuela Superior de Administración Pública, que funcionó durante la década de 1920 bajo el auspicio de la Secretaria de Educación Pública y el Departamento de Contraloría, y que formó parte de la entonces Universidad Nacional de México, para después pasar a la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales; finalmente, en 1959 se consolida la licenciatura en Ciencias Políticas y Administración Pública.

A muchos nos pudiera parecer que los servicios que “en gobierno” nos ofrecen son deficientes. No es que pueda negar esa afirmación, pero debo apuntar la constante necesidad de la profesionalización de lo político para la resolución de los complejos problemas que la actualidad requiere; sin embargo, también se requiere de mejorar la resolución de los menesteres del día a día: ya saben, la tenencia, el predial, el registro civil y la lista continúa.

Bajo esa perspectiva, deseablemente se tendría que inclinar los esfuerzos institucionales en la formación de profesionales de la política y de la administración pública que, además de avocarse al aprendizaje de las técnicas de la gestión de la cotidianidad política, también lo hagan en la innovación y el desarrollo de las tecnologías del poder, con instrumentos probados como el Servicio Profesional de Carrera, por citar un ejemplo. Esto, para reforzar la capacidad de los mandos medios e inferiores dentro del Servicio Público, inclusive de los altos rangos.

Y es que ni mil balas de salva nos alcanzarían para estar en la constante queja de la deficiencia en la gestión de los servicios públicos. Ese es un problema que se tiene que atacar de raíz, porque de que importa, importa. Así que ya saben: a la próxima que vayan a la USE, recuerden que es un mal necesario…

REDES SOCIALES DE JOSÉ MIGUEL RUIZ

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