UN CAUDAL DE FUENTES FIDEDIGNAS.

Por José Miguel Ruiz.

A Luis Enrique no lo conocí. Digo, conocer en el sentido profundo del término. Nunca intercambiamos palabras, y la verdad es que no sé si él sabía de mi existencia.

Lo más cercano a una interacción que en mi caso haya podido tener con él fue a través de sus columnas de opinión. Me gustaba leerlo, por una parte, porque considero que escribía bien, de forma pulcra. Entre sus líneas era notorio su solvente bagaje lector y las cosechas de sus roces con esferas de personas cultivadas, según lo que me enteré hace poco. Por otro lado, era de mi agrado recurrir a su espacio en el periódico de mayor difusión en Sinaloa, más que nada por una de las principales debilidades de quienes nos gusta la política: el mitote. Luis tenía un muy buen repertorio de chismes políticos.

No me tomen a mal, no estoy diciendo que el trabajo de Luis Enrique haya sido dedicado a la rumorología. Creo que su aportación es muchísimo más que eso, y que desde luego fue muy valiosa. Pero no se hagan los que la virgen les habló. Bien saben que les encanta saciar el hambre del rumor. Lo que diferenciaba a Luis de nosotros es que él sí se animaba a publicarlo con nombre y apellido. Luis, por el contrario de quienes osaron silenciarlo, no pecó de cobardía. Y es que algunos, que realmente son varios, no soportan ni siquiera el peso delpequeño caudal de una fuente, por más fidedigna que esta sea.

Tampoco vengo aquí a beatificar a Luis. Insisto que no lo conocí. Supongo que, como cualquier otro, tenía sus claros y oscuros. Además, para mí la muerte no cambia la condición de las personas en vida. Siguen siendo las mismas. Pero eso sí, debo hacer la necesaria aclaración que todo lo que aquí estoy diciendo sobre su recuerdo es con el mayor de los respetos; por eso les comparto la más clara impresión que de las lecturas de él tuve. Porque decir otra cosa, ahora sí, sería faltar el respeto a como él se mostró como opinólogo, al menos desde mi punto de vista.

Su muerte me pasmó. No porque lo hubiese conocido o por haber perdido su amistad. Lo que le ocurrió pesó en mí por una relevación que a ustedes les quiero confesar, y de antemano me excuso por mi egoísmo: resulta que me di cuenta de que hace mucho tiempo, justamente cuando comencé a disparar balas de salva, le había perdido el miedo al qué dirán, pero ahora le tengo pavor al qué me harán. 

Tengo que compartirles esa reflexión que devino en sentimiento, porque considero que opinar con una dizque solución política frente a ese obelisco que es la violenciano es más que mera pose. Ni mil balas de salva llegarían a resquebrajar el implacable guardián del sistema podrido que nos rige, y desde luego que tampoco rozarían a quienes ejecutaron en nombre de él. Y aunque personalmente me parece una ofensa al lector decirle lo obvio – lo que seguramente piensan del acto en contra de Luis -, aquí sí me lo voy a permitir, con tan sólo unos cuantos adjetivos: injusto, indigno, perverso, desproporcionado y ruin. La lista puede seguir…

Hoy solamente quiero ser sincero, y sobre todo, quiero reconocer mi vulnerabilidad. Hoy, con un terrible dejo de horror, con meridiana claridad acepto que hay personas que en su vida preservan enormes caudales de sangre entre sus manos y de bolsas de dinero ajenos, pero no están dispuestos a nadar contra las tenues fuentes de opiniones, aunque sean fidedignas, y que hacen tanto daño como una bala de salva. Personas que su intolerancia llega a tal grado que deciden combatir con balas de a de veras…