
DEL ACTIVISMO AL PROTAGONISMO. SOBRE ARTURO ZALDÍVAR.
Con cerca de trescientos mil seguidores en Twitter, ciento sesenta mil en Facebook y veintiséis mil en Instagram, Arturo Zaldívar (Lelo de Larrea, entre paréntesis, por lo larguísimo del apellido) es toda una figura influyente en las redes sociales, incluso tanto como en la propia presidencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Y, como todo buen acaparador de reflectores, Arturo no ha estado exento de polémica. Sobre todo, porque ha asumido, desde su trinchera judicial, una postura de activismo (judicial). El activismo judicial sigue la lógica del desarrollo de la teoría de la división de los poderes, hacia la coordinación de estos.

Al respecto, existen confrontaciones conceptuales que devienen en posicionamientos frente al papel que juegan los poderes constituidos de los estados, particularmente el Judicial, en el marco del diseño de las relaciones institucionales entre ellos. Algunos comentaristas, por una parte, consideran a ese activismo en un sentido negativo, pues tienen la concepción de que se trata de una extralimitación respecto al control de constitucionalidad que ejercen las autoridades jurisdiccionales, en revisión de los actos emanados del Ejecutivo y Legislativo, así como de los Órganos Constitucionalmente Autónomos.
En sentido opuesto, quienes defienden el activismo judicial, lo perciben como una sinergia de diálogo a nivel constitucional, el cual impacta en el reforzamiento del contrapeso entre los distintos poderes constituidos y que, por consecuencia, propicia relaciones de coordinación y colaboración entre ellos, mitigando su subordinación. Asimismo, estiman que el activismo judicial tiene un papel fundamental en la edificación de los lenguajes del derecho que permitirán generar, justamente, el tipo de diseño institucional el cual acabo de mencionar.
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Entonces, queda claro que dicha noción representa un concepto crucial para la mejora de las interacciones institucionales y prácticas gubernamentales de los países; además, que es una lógica que va más allá del protagonismo que puedan asumir los diversos actores políticos. En palabras sencillas: el activismo judicial busca mejorar el ejercicio del gobierno a través de las leyes, no sumar a la imagen de una persona.
Y es aquí donde entra a colación el papel que Arturo Zaldívar ha desempeñado en años recientes. Si bien es cierto, en su labor jurisdiccional ha destacado por posicionarse, a través de sus votos y sentencias, a favor de causas progresistas y de avanzada, lo es también que ha procurado ensalzar su carácter de representante del Poder Judicial de la Federación, a tal grado que ha pasado del brillo al encandilamiento, transitando del activismo al protagonismo por la lucha de la popularidad política.
Sin dejar por un lado el mérito que representa la apertura a la interlocución e interacción – que respecto a lo que nos tiene acostumbrados el Poder Judicial, es todo un cambio paradigmático – la cual ha propiciado Zaldívar con nosotros, los simples mortales, justamente es también ese rol de influencer el que lo ha llevado a trastabillar, en más de una ocasión, en declaraciones así como acciones avaladas por él mismo.
Por mencionar un ejemplo, basta con voltear a ver la promoción que ha hecho al reciente documental producido por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, titulado “El Caníbal”. Ese nombre hace alusión al lamentable e indeseable sobrenombre que Andrés Gleydson Mendoza Celis recibió por su forma de operar, relacionada a los numerosos feminicidios que cometió durante más de 30 años.
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La intención de la Suprema Corte, estoy seguro, es de las mejores: concientizar sobre lo abrumador de un país profundamente feminicida. Pero, como dirían en mi rancho: no hagas cosas buenas que parezcan malas.
Zaldívar, cruzando la línea del activismo (judicial) al protagonismo, aprobó – o al menos eso creo – el título del documental que, a pesar de no ser un invento de la Corte, ocasiona el morbo del espectador sobre la idea del feminicidio y refuerza el pensamiento que concibe al feminicida como un hombre enfermo, desvariado y excluido (un Caníbal, pues); pero, realmente, se trata de otro hijo muy sano y diligente del sistema patriarcal. Ni los miles de cuerpos de mujeres que ha cobrado el patriarcado le permite reconocer a un prócer del derecho, como lo es Zaldívar, que el feminicidio es una cuestión sistémica y no individual.
Claro que es estimulante ver que los principales actores de la vida pública del país, además de brindar un servicio de primer nivel, desde sus trincheras promuevan, con un cariz de apertura y diálogo, un cambio que redunde en mejorar las condiciones existente, para alcanzar mayores niveles de igualdad, conciencia y paz.
Pero bueno, supongo que Zaldívar prefiere lanzar Balas de Salva al Patriarcado y, finalmente, ser más un protagonista que un activista judicial. Tengo la esperanza que, cuando vea el documental, quizás cambie mi opinión…
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