FENÓMENO DE LA DESIGUALDAD.

Por Jafet Cortés.

Es muy recurrente y triste toparse con frases falaces y ridículas, dichas a la ligera –por decir menos-, validadas únicamente por la insistencia popular de simplificar problemáticas para su fácil comprensión o reducirlas al absurdo. Una de estas, sin duda, es el recurrente “son pobres porque quieren”, que se atreve a explicar con ese método tan simplista y de una forma tan burda, la falta de oportunidades, la marginación, el fenómeno de la desigualdad y la pobreza.

No todos vivimos la misma realidad, eso es un hecho innegable, pero se niega al momento de asegurar que la pobreza es una situación de elección, como si para la gente que se encuentra en esas circunstancias, decidir, no se haya convertido en un privilegio.

El sistema económico y político predominante de las últimas décadas tiene mucha responsabilidad en la gesta de este pensamiento, sobrevalora la libertad individual y su papel para que las personas decidan salir adelante, y reduce al mínimo o desaparece el valor de la igualdad en la ecuación.

Bajo esta interpretación simplista, el fenómeno de la desigualdad es producto de un mal ejercicio de la libertad. Se le atribuye al individuo toda la responsabilidad de su realidad, bajo el supuesto de que todos compiten sobre un piso parejo.

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La realidad en torno a este fenómeno se vuelve más difícil de dimensionar, y rompe con los paradigmas construidos desde el privilegio.

¿Qué tanta diferencia hay entre la vida de una niña o niño en pobreza y otro que no está en dicha situación?, la brecha es más grande, ancha y profunda dependiendo del contraste entre poderes adquisitivos de los padres.

Un niño con padres “ricos”, tendría, generalmente, acceso a la educación de manera plena; un hogar con espacios seguros, servicios públicos básicos, y todos los recursos necesarios para vivir cómodamente; tendría una alimentación adecuada, acceso a una computadora, internet y otras herramientas que facilitarían sus estudios; no necesitaría trabajar para contribuir al sostenimiento de su hogar, y podría disfrutar dicha etapa. De nacimiento, le tocaría jugar en modo fácil.

Un niño con padres “pobres”, no tendría acceso a todo lo anteriormente mencionado, por lo que su vida se convertiría en una constante lucha por sobrevivir; todo estaría en su contra, por lo que aspirar a una vida digna sería un reto difícil de lograr, desde sus primeras etapas.

Lo anterior desemboca en que los niños con menos recursos tengan problemas de salud física y mental, menos logros a nivel educativo y laboral, adoptar comportamientos delincuenciales; llevan a la marginación, falta de oportunidades, empleos precarios, entre otras cuestiones que forman un círculo, ya que estas situaciones también conducen a la pobreza, a la marginación, a la desigualdad.

Según un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), en 2020 cerca del 17.5% de los niños de todo el mundo vivían una situación de pobreza extrema, o sea, se mantenían con menos de 1.9 dólares por día (35.02 pesos mexicanos); de estos, casi el 20% de los menores de 5 años vivían en esas condiciones.

En términos no sólo económicos, dicha organización internacional señalaba que la pobreza multidimensional –carencias educativas, de salud, alimentación, agua y saneamiento-, aumentaba la cifra radicalmente a 644 millones de niños, lo que representaba más del 30% a nivel mundial.

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Otro dato relevante lo arroja el estudio internacional “Young lives”, realizado en Etiopía sobre la pobreza y la infancia. Según sus resultados las aspiraciones de los niños se vinculaban directamente con  la de sus padres. De todos los participantes, el 84% de los niños que pertenecían a familias con niveles altos de ingresos, aspiraban a estudiar la universidad; mientras el 67% que pertenecían a familias con niveles más bajos de ingresos, compartían dicho deseo.

Es entendible la respuesta de los niños al cuestionamiento de dicho estudio, si lo visualizamos desde lo básico. No podemos exigirle a nadie que piense en futuro, que saque buenas notas, que se trace objetivos distintos, si no tiene qué comer, si todo su entorno le dicta que no, si su esperanza de salir adelante es constreñida la mayor parte del tiempo por la realidad.

Todos hablan de la resiliencia como si esos casos aislados de éxito fueran la media mundial, y no, la normalidad es que la gente se quede atrapada en la rueda, que esta les aplaste, y que el ciclo se repita generacionalmente.

Esta  situación debería ser considerada como alarmante e inaceptable, lamentablemente las estrategias para atender la desigualdad sólo son recetas viejas y caducas, promesas hechas de pura saliva que usan al pobre como botín político, o meros paliativos para una enfermedad que se multiplica constantemente y que genera otras enfermedades sociales.

Tener libertad es un gran paso para decidir, pero para hacerlo, indudablemente necesitamos igualdad de condiciones, tener un piso parejo, cuestión que actualmente no tenemos.

Hablar desde el privilegio es fácil, lo difícil es cambiar la realidad que nos debería doler a todos. Usar ese privilegio, no para situarnos cómodamente y señalar de manera simplista, estúpida y absurda que la pobreza es una decisión, sino para transformar realidades.

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