Los peligros del Mercado.

Por Adrián Espinosa.

Dentro de las consecuencias del mal llamado Libre Mercado (porque tal atribución no es verdad, ya que son unas cuantas empresas las que acaparan todo el mercado, es decir, lo monopolizan) está el impacto que este tipo de políticas tienen en el medio ambiente, la proliferación de gases de efecto invernadero producido por el metano de la industria cárnica, el desperdicio de toneladas de comida, la contaminación en distintas ciudades del mundo, entre otras.

Los creyentes del Libre Mercado argumentan que este “se regula solo” y tiende a la autosuficiencia, asunto que ya ha sido desmentido por diferentes especialistas de la materia, economistas, intelectuales, etc (entre ellos Joseph Stiglitz, ganador del Premio Nobel de Economía). El autor, que evidentemente apoya un modelo más intervencionista, podría sostener que este sistema es una de las razones del estado de crisis mundial ambiental que actualmente vive el planeta.

De haber regulación y de desmentir el dogma de “dejar hacer, dejar pasar” de Adam Smith, la situación medioambiental no estaría tan precaria como lo está ahora, incluso expertos auguran que de no mejorar la situación, esta podría ser irreversible y hacer de la tierra un planeta inhabitable en 100 años o menos. Este es un asunto que saca chispas en comidas familiares, entre amigos o compañeros de oficina.

Es el mismo sistema de libre mercado que proliferó la idea del crecimiento ilimitado. Un crecimiento ilimitado en un planeta con recursos finitos, suena absurdo, ¿no? Pero es que esta ideología está tan asentada en distintas partes del mundo, sobretodo en los países más capitalistas que cuentan con una economía de mercado, o sea en Estados Unidos.

Aquí una perspectiva histórica del asunto:

Después de la Primera Guerra Mundial, la restauración de la economía capitalista liberal no logró producir un orden social viable y tuvo que dar cabida en grandes segmentos del mundo industrial sea al comunismo o al fascismo, mientras que en los países centrales de aquello que se convirtió en ‘Occidente’ [the West] el capitalismo liberal fue gradualmente sucedido, en las secuelas de la Gran Depresión, por el keynesianismo, capitalismo administrado por el Estado. De esto surgió el capitalismo democrático de bienestar de las tres décadas de la post-guerra: en retrospectiva, [es] el único periodo en el que el crecimiento económico y la estabilidad política y social, lograda mediante la democracia, coexistieron bajo el capitalismo, al menos en el mundo OECD donde el capitalismo pasó a recibir el epíteto de ‘avanzado’.

Así pues, no debería resultar sorprendente que Chang (2010) esboce la siguiente descripción a propósito de la esfera del mercado:

El libre mercado no existe. Todo mercado tiene algunas reglas y límites que restringen la libertad de elección. Un mercado parece libre solamente porque aceptamos tan incondicionalmente sus restricciones subyacentes que fallamos en verlas. Qué tan “libre” es un mercado es algo que no puede ser definido objetivamente. Es una definición política. Las afirmaciones usuales de los economistas de libre mercado acerca de que están tratando de defender el mercado de interferencias motivadas políticamente por el gobierno es falsa. El gobierno siempre está involucrado y aquellos defensores del libre mercado están tan políticamente motivados como cualquiera. Superar el mito de que no hay tal cosa como un ‘libre mercad[1]o’ definido objetivamente es el primer paso para entender el capitalismo[2]

Dicho de otra forma, el concepto de libre mercado ha sido usado por años con una intención ideológica. Es la razón por la que se piensa que la economía de mercado y el gasto público en transferencias sociales son dos asuntos mutuamente excluyentes, cuando en realidad son complementarios y deberían servir para reducir tanto las desigualdades como la pobreza. Tradicionalmente, los ideologos del mercado han entendido que este funciona solamente sin la intervención estatal.

Sin embargo, el uso ideológico del concepto de “libre” mercado sugiere más bien la idea de que en dicho ámbito social prevalece una dinámica meritocrática y de ‘igualdad de oportunidades’, de modo que, como bien han indicado Laitinen & Särkela (2018), se promueve a su vez una ideología de responsabilidad personal por la pobreza.

La incertidumbre global que actualmente vivimos en casi todas las esferas de la vida genera problemas sociales, genera populismos y tensiones geopolíticas. Son las razones del auge de populistas de derecha como Donald Trump, Jair Bolsonaro y en su momento de Adolf Hitler. Los 3 aprovecharon crisis económicas de sus países para avivar discursos polarizantes y de división que les dio dividendos para ganar poder y popularidad.

Ante este contexto histórico y contemporaneo, es de severa urgencia empezar a cambiar la narrativa meritocratica que atribuye a la gente de sus propios males, para dar paso a políticas sociales más apegadas a las necesidades humanas, dar paso a políticas compensatorias como la Renta Básica Universal, un concepto que está comprobado que aumenta la productividad, seguridad y productividad de los trabajadores.

Debemos cambiar el paradigma para que el foco se deje de centrar en las necesidades de los grandes grupos financieros y rentistas (quienes son los responsables de las últimas crisis financieras mundiales, incluyendo la de 2008), para pasar la atención a los grupos más vulnerables  y los sectores de clase media que el capitalismo de libre mercado ha procurado no proteger.