Ni buenos ni malos: tan solo sinaloenses.

Por Adrián Espinosa.

¿El ser humano es capaz de desenvolverse libremente sin importar sus circunstancias, contexto socio-económico, estatus familiar, origen, clase social? o ¿somos presas fáciles a todos estos factores externos cuyos hilos no podemos manejar, mismos que podrían determinar nuestro futuro económico, social y político? Si usted está de acuerdo con la primera pregunta, usted se encuentra del lado del liberalismo, mismo que aboga por las libertades del individuo y antepone a ese sujeto sobre la colectividad; por otro lado, si usted secunda la segunda afirmación, usted se encuentra en el segmento progresista y probablemente repudie el mito de la meritocracia.

Cuando uno se detiene a pensar en las probabilidades de éxito de una persona nacida en la marginalidad y en la pobreza, se da cuenta que son bajas o nulas y se vuelve aún más complicado si le agregamos el haber nacido en un contexto de violencia, crimen organizado y descomposición social. Se sabe que ese es el caso de Sinaloa y más particularmente de su capital, Culiacán. Jóvenes que son cooptados por el crimen organizado para engrosar sus filas, presas fáciles, desamparadas, que buscan refugio en lo único que pudieron encontrar, además del abandono del estado. Que quede claro: si un joven termina en el infortunio de caer en una célula delictiva, este hecho nunca será su culpa o algo que adjudicarle.

Es el problema cuando la perspectiva general de la población se enfoca en la moral, cuando todo se ve con el rasero de: “ellos son los malos y nosotros somos los buenos” o el típico “somos más los buenostoda esta problemática es mucho más compleja que hacer apología desde la moral católica-cristiana. Sin embargo, la narco-cultura no es algo que el autor celebre ni comparta, más no la sataniza a pesar de haber crecido a lado de ella, nunca la vio como parte de su propia cultura, nunca la hizo suya; siempre la vio como un simple espectador en un estadio.

Este artículo cobra vida el día después del denominado Culiacanazo 2.0, una especie de secuela tipo película del de 2019. El autor no se enfocará en la dimensión política y las repercusiones políticas de este suceso, más bien la intención es hacer un análisis de lo que se vio en redes y la repercusión social del evento. Repito, se hace demasiado énfasis en la moral. Florecen comentarios en redes sociales en los que se culpa al individuo consumidor de drogas por lo sucedido ayer jueves por la mañana, y si no se le culpa si se le señala como “parte del problema”. Es cierto, el consumidor contribuye, hasta cierto punto, a esa cadena productiva del narcotráfico; sin embargo, adjudicarle asesinatos, desapariciones y un evento trágico raya en lo absurdo, ¿no? Eso ya sería algo muy diferente.

Se han visto muchos comentarios estigmatizantes y medias verdades en redes sociales, el problema es que la gente culpa a la narco-cultura de contribuir a este clima de violencia e inestabilidad, cuando en realidad es el NARCOTRÁFICO lo que de verdad permea en nuestro día a día; la narco-cultura no tuvo la culpa de ninguno de los 2 culiacanazos; la narco-cultura es consecuencia del narcotráfico y no al revés: el narcotráfico no es consecuencia de la narco-cultura.

Parece algo difícil de entender y de hacer: evitar incluir a la cultura en todo este asunto bélico. Se hace demasiado enfoque en los símbolos de la narco-cultura, en la narco-música, los corridos, sus usos y costumbres, como si, insisto, estos tuvieran una IMPLICACIÓN DIRECTA en los conflictos armados o en una ola de violencia.

Dicho de otra forma, bajo la lógica de algunos escuchar una canción de El Komander, andar en RZR, vestir sus marcas de moda o asistir al Palenque, en general hacer parte de la rutina de la narco-cultura, fortalece al narcotráfico y te hace ser, hasta cierta parte, cómplice.

Lo que es una realidad es que la ciudad de Culiacán, Sinaloa, fue tomada por segunda ocasión por el narcotráfico. Es increíble cómo un grupo del crimen organizado, que no es mayor, en cuanto a miembros, a los elementos de las distintas instituciones de seguridad pública, puede poner en jaque a una ciudad de 1 millón de habitantes y de pasadita barrer el piso con el estado de derecho, nuestras libertades civiles y nuestro bienestar. Todo esto va a seguir pasando mientras no se reconstruya el tejido social, eso es lo más importante.

Quien escribe cree fervientemente que es indispensable el involucramiento del estado (como cualquier socialdemócrata) para la prosperidad y el bien común de las sociedades: es su responsabilidad rescatar a todos esos jóvenes que no son más que mártires, meras consecuencias de su propio entorno desfavorable.

Nadie merece una situación como la de ayer, nadie merece acostumbrarse al miedo. La sociedad sinaloense es mucho más que una primera plana amarillista proveniente del centro del país (¿sorpresivamente? no) los sinaloenses son carismáticos, alegres, empáticos, pero también fiesteros, locos, descontrolados, directos, envalentonados.

Sin embargo, Sinaloa también es el Culiacanazo, no lo podemos echar por debajo de la alfombra, hay que admitirlo y enfrentar el problema, somos un claroscuro eterno, un pueblo secuestrado por un grupo de delincuentes, no queda de otra que insistir en que la dignidad se haga costumbre, porque tarde o temprano el horizonte brillará en la tierra de los once ríos.

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