Hundido en la duda.

Por Jafet R. Cortés

El horizonte era igual hacia donde volteara. Todo parecía cubierto por esa niebla que escondía cada detalle del cielo, pero dejaba ver un blancuzco infinito que contrastaba con el terreno fangoso y negruzco del suelo. Caminé un largo trayecto y lo único que pude ver, era la expansión de este inagotable pantano.

De un momento a otro, fui atravesado por una idea que empezó a carcomer mi ropa, buscando con cada ultraje devorar toda mi piel. Quedé congelado, inmóvil ante ese embate violento que me dejó sin aire. Una pesada red cubrió rápidamente mis ojos, bajo esa oscuridad todo parecía diferente; cada detalle de lo que estaba viviendo fue narrado por mis otros sentidos, que trazaban una historia cada vez más aterradora.

Diversos caminos se abrieron ante mí, pero no podía tomar una decisión, decantarme por una dirección hacia dónde ir, pese a que eran cada vez menos las opciones que me quedaban. Permanecí inmóvil, la duda se convirtió rápidamente en un miedo tan evidente, que aquel terreno sobre el que me encontraba parecía aprovechar mi debilidad para devorarme.

Entre la indecisión y el miedo, comencé a hundirme. Mi cuerpo sentía ese hundimiento constante, mientras los sonidos del entorno murmuraban sobre la escena. Tenía que moverme, pero la duda detenía cualquier intento por no considerarlo suficientemente bueno. Cada segundo que permanecía estático, dificultaba mi posibilidad de salir vivo de ahí.

Para quienes sobrepensamos mucho, la descripción del pantano se vuelve un retrato de la vida misma. No poder tomar una decisión, porque la duda, de tanto tiempo que ha pasado hundida en el pecho, se ha convertido en un terrible miedo, y éste ha germinado en indecisión, como es su naturaleza.

Si le dejamos unos instantes a solas, si le damos la mínima ventaja, la duda puede aprovechar y cegarnos por completo, imposibilitándonos para reconocer las evidentes oportunidades que tenemos enfrente, que podrían sacarnos del pantano.

NO REGRESAN

Cuántos momentos hemos perdido por la duda. Momentos que se van y no vuelven, oportunidades que se apagan fatigadas por nuestro miedo. Cuántas veces hemos sentido que aquella duda nos aprieta tanto la mano, que no nos suelta. Cuántos “hubiera” han nacido después de aquella indecisión paralizante; realidades alternas que permiten a la imaginación relatarnos historias de lo que no fue, de lo que nunca será.

Parafraseando al poeta Rilke, podría decirse que la duda es un instrumento de conocimiento y de selección, que nos permite no decantarnos por cualquier camino, no aceptar en las primeras de cambio cualquier riesgo. En dosis normales, la duda es positiva para nuestras vidas, pero hacerlo todo el tiempo nos conduce a no hacer nada, a temerlo todo.

La forma de convertir aquella duda en una buena cualidad, es educándola; exigiéndole argumentos, obligándole a precisarnos por qué decir que no. Observar cualquier resquicio en sus explicaciones para corroborar si son fidedignas, o fueron corrompidas por aquellos miedos que nos atormentan.

Al educarla, sólo podríamos hacerle caso cuando nos muestre las pruebas de su dicho, cuando logre fundamentar su versión de la historia; cuando nos ayude a decidir la mejor de las opciones que tengamos enfrente; cuando no nos ciegue, ni nos imposibilite para decidir. 

Podremos considerar su desconfianza como una forma de tropezarnos menos; de avanzar con el suficiente cuidado, pero sin detenernos por un infundado miedo; sin estancarnos entre preguntas, sin ahogarnos entre cientos de negativas respuestas; siempre que de vez en cuando, la duda que nos acompaña, nos dé un respiro.

Descubre más desde ¿Te gusta la Política? Bienvenido a Politikmnte

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo