AUNQUE NOS DESHILACHEN

Por Jafet R. Cortés

“El momento supremo de soledad

en que nada pesa/ nada queda ya

sino el deseo impostergable de vivir”.

Cristina Peri Rossi

Aquel contacto me terminó destrozando. No pude evitarlo, fue como si un tren impactara a máxima velocidad con mi cuerpo, desprendiendo todo; parte por parte, me volví un puñado de fibras naturales, hilos que cayeron al piso. Sólo había tocado mi mano, pero en ese preciso momento que lo hizo, diversas voces se colaron en mis oídos, “no hay nada más que hacer”, mientras mis pedazos oscilaban en el aire lentamente rumbo al piso.

Cada uno de los cachos, maltrechos, fueron transportados sin cuidado; colocados dentro de una bolsa; arrojados a la basura, sin más dilación. No hubo quien se interesara en reconstruir lo que había sido de mí, y yo mismo no tenía la fuerza suficiente para volver de aquel pasaje oscuro. Decidí quedarme así un tiempo, esperar junto a la basura, con la fe puesta en que algo cambiaría el ahora.

Así pasó el tiempo sin que algo mejorara, al contrario, el polvo, la basura y los trozos deshilachados de otras personas se mezclaron con mis restos, integrándose en un cúmulo variado y extenso de lo que parecían desechos a la vista del mundo, pero para mí, en algún momento fueron piezas fundamentales.

Pese a todo, aquellos elementos inconexos seguían siendo yo. Maltrecho, revuelto, desperdigado, adolorido, hecho fibras, seguía siendo yo, pero aquella veracidad con la que me reconocía en antaño, era opacada por ofensas venidas desde distintos frentes.

No sé si fue porque la luz nació distinta ese día, o porque los vientos del cambio soplaron cerca, pero algo cambió. Quizás, la verdadera respuesta proviene del hecho de no poder perder más, o de saber que nadie más me buscaría para ayudarme a cargar el peso de mi destino. Parte por parte, me junté a mí mismo; aproveché para remodelar el interior, fortalecerlo; volví a armarme.

Cuántas veces nos han aplastado tanto que pensamos que no valemos nada, que nada vale seguir con vida; en cuántos momentos terminamos sumergidos en aquellas ideas envenenadas de nosotros mismos que crean tantas dudas; cuántas veces hemos sido magullados por la violencia, cortados en mil pedazos, pisoteados, molidos a golpes por la vida.

La lucha por la valoración personal no es de victorias pírricas, sino que implica grandes consecuencias que marcan nuestro destino. Aferrarnos a aquello que nos hace menos, que cotidianamente nos desprecia; seguir ahí, donde en cuantiosos momentos nos hacen dudar de quienes somos, dañando aquel amor que nos tenemos, complica notablemente que podamos sanar y reconstruirnos más fuertes.

SALTAR DEL BARCO

A lo largo del tiempo, desde distintas ópticas, se ha reflexionado sobre la autovaloración, existiendo diversas coincidencias que provocan que nos identifiquemos con esa lucha. Dos ejemplos de lo anterior que forman parte de mi vida, vienen cortesía de la poesía de Cristina Peri Rossi y de Juan Gelman. La primera lo aborda desde aquel deseo interno que tenemos de saltar del barco, huir por ese instinto de supervivencia, saber cuánto vale nuestra vida; el segundo sintetiza un cúmulo impresionante de ideas en una sola frase, “Somos nosotros, aunque nos deshilachen”.

Tanto saltar del barco, huir de aquellos lugares que nos están haciendo daño, que nos mantienen sometidos; como reconocer que no dejaremos de ser nosotros, pese a los violentos embates con los que nos golpee la vida, integran una fórmula poderosa para avanzar seguros, y romper el fatídico pacto que muchas veces tenemos con la inseguridad y el miedo.