México rompe el orden patriarcal de los apellidos: ahora las familias podrán elegir libremente

Durante décadas, en México el orden de los apellidos estuvo escrito en piedra —y en actas—: primero el paterno, después el materno. Una regla que parecía “normal”, pero que en realidad cargaba una lógica histórica de desigualdad. Hoy, eso cambió. La Suprema Corte de Justicia de la Nación dio un giro de fondo al sistema de registro civil al eliminar la obligatoriedad de anteponer el apellido del padre, permitiendo que madres y padres elijan libremente el orden de los apellidos de sus hijas e hijos.

El criterio de la Corte es claro: imponer automáticamente el apellido paterno viola los principios constitucionales de igualdad y no discriminación, además de afectar el derecho a la identidad familiar. En otras palabras, no hay razón legal —ni social— para que el apellido del padre tenga prioridad por default sobre el de la madre.

Con este fallo, los registros civiles ya no podrán obligar a seguir el esquema tradicional. A partir de ahora, las familias podrán decidir si el primer apellido será el materno o el paterno, siempre que exista acuerdo entre ambos progenitores. En caso de desacuerdo, la autoridad deberá resolver sin recurrir a reglas automáticas que reproduzcan viejas jerarquías.

Más allá del trámite administrativo, la decisión tiene un peso simbólico y político enorme. Se trata de desmontar una práctica arraigada en una visión patriarcal del derecho familiar, donde el linaje masculino ocupaba el centro y lo femenino quedaba en segundo plano. La Corte reconoce así que la identidad no se hereda por costumbre, se construye con igualdad.

Este criterio también sienta un precedente nacional: cualquier legislación local que aún obligue al orden “paterno-materno” deberá ajustarse al estándar constitucional. Especialistas en derechos humanos y género coinciden en que se trata de un avance sustantivo hacia una justicia más incluyente, que refleja los cambios sociales y culturales del país.

En tiempos donde la igualdad no solo se exige en el discurso, sino en las normas que rigen la vida cotidiana, el fallo manda un mensaje contundente: la ley ya no va a reproducir desigualdades heredadas. El apellido deja de ser una imposición y se convierte en una decisión.

Porque incluso en algo tan cotidiano como un nombre, también se disputa el poder. Y hoy, en México, esa disputa se resolvió a favor de la igualdad.


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